domingo, 2 de enero de 2011

hola 2011

El tiempo... Para mí no es nostálgico ni sanador; fugaz o lento; liviano, eterno... no.

Fue verano para la ex niña sobreafectada por el divorcio, por un corazón roto impropio cuya herencia de sangre y latidos le fue ineludible...
Un corazón inflamable que fue impulsado a la vanidad amorosa-existencial cuando el oráculo estalló como una bomba de tiempo, como antiguos rollos de película expuestos al calor… como un universo impulsado por el cosmos demasiado cerca del Sol.
Todo puede ser nada sino una causalidad.
La infanta que, cansada de serlo, forzaba un amor estético, artístico y para nada atípico al primer niño que se dispuso a ansiarla y desearla sin querer ver detrás de sus ojos.

Y en sus pupilas no había más que la luz de la inocencia, la ingenuidad y la candidez; una lágrima o una gota de lluvia; una historia y un presente… y una foto: un árbol seco y harto a quien el Sol regaló un fruto abigarrado de sueños, y ese fruto cayó a la tierra muerta con las hojas ambarinas de otoño, desmembrándose hasta atomizarse contra el piso, dejando al viento perfumado de lluvia llevarse un humo agridulce y cenizas.

Ella era el fruto, ella era el color y la belleza, era la esperanza y la pureza... y, sin embargo, no había en ella más dulzura que la del humo agridulce que sublimó el invierno. El ábrego redujo a la niña a fragmentos de recuerdos, inventándola nueva, nueva y mujer.

Y como nada se pierde, la melodiosa dulzura volvió transformada en manos de otra dama, una amiga del alma, que venía de la Mar para hacerse río y ayudarla a dejarse fluir, purificarla, bañarla en las termas de una tenue primavera y su alegría, flores y sinrazón; dejarla cargar con el peso del agua e ilustrarle el ritmo en la correntada. La primera y última estación del año se percibe en la piel de nuevo y realza la ambivalencia. Ella no me ha escrito las líneas de su nuevo verano aún, pero sé que es inexacto, nunca igual al que lo antecedió. Sin embargo, me figuro las flores marchitándose, como todo lo que cambia y crece.
Me sospecho que lee más novelas y conoce nueva música, que indaga nuevos territorios dentro y fuera de sí, que va a equivocarse y asimismo va a acertar sorpresivamente. Y no peco de ignorancia si alego que se sufre a la misma escala que se es feliz. Tampoco erraría si afirmo que el tiempo no puede sanarla y que no hará renacer el fruto, no sabe colmarlo de pulpa y sabor… y nunca lo hará. No sembrará amor en un suelo extinto donde nunca hubo más que un árbol y, como me descubrió una sabia habladora: “A veces un habano es simplemente un habano”.
Todo aquello lo sé bien, yo que no sé ni recordar pensar, pero si tengo alguna certeza sublime es que es el mismo tiempo, ese que ella no siente, el que tampoco podrá borrar las sonrisas espontáneas que regalan las estaciones. Intuyo y juzgo al tiempo como algo superfluo… la nada y la totalidad, lo absoluto fragmentado, estacionado… secuencias… o quizá una mera forma más de usar los dígitos.

Hola 2011.

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